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¿Cómo perdí mi intuición?

La intuición, algunas personas la identifican como esa voz sabia en nuestro interior, otras personas la asemejan como una voz creadora que nos afianza y nos hace generar motivaciones trascendentes; la percibimos en nuestra infancia y hasta en la adolescencia, pero en la adultez muchas personas ya no la distinguen y eso las trae a terapia.

La pérdida de la intuición, o mejor dicho bajarle el volumen a la voz de la intuición, tiene muchas explicaciones. En el consultorio he escuchado los distintos momentos en que “mutear” a la intuición parecía la forma más sensata de seguir adelante, por ejemplo, cuando mi padre me vio a los ojos y me dijo que dejara de soñar y que pusiera los pies en la tierra, cuando mi maestra me rompió mi dibujo porque no era lo que me había pedido, cuando personas que no conocía me vieron con desprecio porque le dije a alguien que lo que estaba haciendo estaba bonito, cuando mi madre, abrumada por su día a día, me dijo que tenía que crecer de una vez para que pudiera hacerme cargo de mis hermanas.

Silenciamos la voz de la intuición para poder sobrellevar la realidad. Es un proceso adaptativo, de alguna manera llegamos a pensar que es importante obedecer a esos adultos para que no corramos peligros innecesarios.

Con el pasar de los días, la autenticidad y la intuición quedan tapadas hasta para nosotros mismos.

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Convivir con la Sombra, el lado oscuro de mi ser.

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La sombra es el estrecho pasaje, la ventana angosta cuya dolorosa constricción resulta inevitable para todo aquel que aspire llegar a la fuente más profunda. Uno debe aprender conocerse a sí mismo para poder saber quién es, porque lo que nos aguarda detrás de la puerta -es sorprendentemente- una ilimitada expansión llena de dudas hasta entonces desconocidas, que carece aparentemente de exterior e interior, de arriba o abajo, del bien o del mal”. Así describía Carl G. Jung -en su libro Collected Works- la sombra, esa parte inconsciente a la que no podemos contemplar directamente, como si se tratará de Medusa, pero que está presente en

las adicciones, los trastornos alimenticios, la depresión, la ansiedad, en enfermedades psicosomáticas como la fibromialgia y la colitis así como en la sensación de culpa desproporcionada -todas ellas conductas autodestructivas- también, toma forma en conductas destructivas como la infidelidad, la envidia, la mentira, el robo, el sarcasmo y la violencia verbal.

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