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Cuando pensamos en sombras, podemos pensar en su opuesto y definirla como aquello a lo que no da la luz y en el punto que nos ocupa, de forma simplista, argumentar que es aquello que la conciencia no es capaz de iluminar. En el modelo de la psique elaborado por Jung, la sombra es el complemento de nuestra conciencia, de la persona. Metafóricamente, se trata de la sombra proyectada cuando la luz de nuestra persona -aquella parte del ser que es expresada conscientemente-, se encuentra con la realidad más amplia de nuestro ser total.

Hemos sido educados para reconocer y expresar sólo una limitada y socialmente aceptable parte de nuestra personalidad total, dado que, la mayoría de las personas que experimentamos la relación dialéctica, como lo manifiesta Arango (2003) entre la estructura psicosocial cultural y la experiencia de la persona que se concreta se interioriza y se desarrolla a partir de las formas de vinculación fortalecen aquellas características que son socialmente inaceptables, aquellas que  permanecen sin ser reconocidas, y por lo general yacen profundamente reprimidas en nuestro propio inconsciente o son proyectadas hacia el exterior sobre ciertos otros que de ese modo vienen a representar para nosotros todo lo que es oscuro, desagradable o malo.

La idea que desarrolla Wilber (2010) sobre la sombra es más integral, refiriendo que se compone de experiencias positivas y negativas, de pensamientos positivos y negativos y de características positivas y negativas negadas. Refiere que “La sombra empieza siendo un impulso o sentimiento en primera persona (yo) que después se ve desplazado o proyectado sobre un objeto de segunda (tú) y finalmente de tercera persona (ello)” (2010;77). Y aunque eso es cierto, la presentación de K. Wilber sigue siendo algo simplista y reductiva en lo que a la sombra se refiere. Pero resulta útil para entender que la sombra encarna lo no aceptado, lo no valorado o no lo reprimido, se tiende a ver como lo negativo de mí que se tiene que seguir reprimiendo, como pasa muchas veces con el enojo.

Debo señalar que, desde la perspectiva del Yo, la sombra no es ni buena ni mala, simplemente es y simplemente está. De hecho, para Jung, uno de los objetivos primarios más importantes de la terapia era permitir a las personas analizadas el comenzar a reconocer y apropiarse de su sombra. Ya que, mientras la sombra permanece inconsciente, fuera de la conciencia por mecanismos de defensa tales como represión o proyección, inevitablemente causará daños psicológicos e interpersonales; Jung argumentaba que era necesario empezar a mandar luz de conciencia a esos lugares oscuros que la educación había hecho y yo diría mandar luz a lo que la modernidad y sus dicotomías nos han dejado.

En este momento, resulta útil retomar la teoría perinatal de Stanislav Grof, esta sitúa el fundamento ontológico empírico de la sombra en la experiencia humana original, el proceso de nacimiento y en el arquetipo definido por Grof como nacimiento-muerte-renacimiento dado que la experiencia de nacer puede implicar momentos de toxicidad, desesperación, lucha, de presión, de impotencia, excitación sexual y encuentros con sangre y/o materiales escatológicos. El nacer, establece una base potencial para el comportamiento que va desde actos individuales de agresión hasta todos los horrores de la sombra colectiva como los son los genocidios y la guerra, pero involucra de forma paralela, momentos que arraigan arquetipos positivos, tales como héroe liberando terreno para la caridad humana, el amor y el altruismo. Por lo tanto, la sombra y la luz se dividen y se mezclan desde el momento del nacimiento.

Esto también da pauta a pensar que en el trabajo con la sombra el camino no solo es ascendente, equivalente a la escalera de la evolución como la pensó Wilber en su momento, “bajar” al inconsciente como el revivir el trauma del parto da la oportunidad de integrarlo constructivamente.

Por último, es conveniente acotar que la sombra depende de la cultura, que son al mismo tiempo imágenes y emociones completamente distintas de persona a persona. En muchos abordajes teóricos se le confunde con aspectos proyectados de la identidad, abordare en las siguientes líneas de forma breve este arquetipo a partir de sus propias reglas.

La importancia de lo simbólico en el trabajo con la sombra

He dicho que los arquetipos son posibilidades de comportamiento de conducta humana (Jung, 1981) una especie de remanente de los modos primordiales de reaccionar de los seres humanos (de ahí que Grof comience a trabajar las huellas de esto desde el momento de la concepción) También explica que hay que diferenciar “arquetipo” de “representación o imagen arquetípica”, donde el primero es irrepresentable, por ello necesita de la segunda instancia para ser comprendido por la conciencia; la sombra solo puede desentrañarse desde lo metafórico. La psicología analítica nos muestra la existencia de imágenes que proceden desde las profundidades del alma y que nos ofrecen noticias de lo que acontece en el inconsciente (Jung, 1935).

Si bien una parte de los contenidos del pensamiento simbólico pertenecen a los dominios de la conciencia, otro tanto vive en una suerte de penumbra o francamente en lo inconsciente. La aproximación simbólica a la realidad nos acerca a la experiencia de aquello que es indefinido, intuitivo o imaginativo, pero no por eso menos real. El pensamiento simbólico se expresa en imágenes. Esta afirmación echa por tierra el prejuicio de que la conciencia y su referencia conceptual y abstracta representan la totalidad de la psique. Los estudios relacionados al desarrollo del individuo, referidos en especial al período embrionario (ontogenéticos), como aquellos relacionados con el parentesco entre les distintos grupos de seres vivos (filogenéticos), demuestran que “la unidad fundamental del funcionar humano psíquico es la imagen, tanto en el inconsciente (impulsos y tendencias) como en la conciencia (sensaciones)” (De Castro, 1995: 26). Y estas imágenes arquetípicas también se presentan al revivir el trauma de nacimiento, por ejemplo.

Por tanto, la imagen es el vehículo mediante el cual dialogan la conciencia con el inconsciente, pero esta no es cualquier imagen, sino aquello que llamamos imagen simbólica y esta aparece en los sueños, en la meditación y en el trabajo con materiales plásticos. A partir de esta metáfora, se puede conocer cómo se apropia el mundo, cuáles son las capacidades cognitivas que se poseen, como interpreta el entorno, cuáles son los deseos, las proyecciones, los anhelos y sus potencialidades evolutivas que le permitirán trascender gracias a que se amalgama lo simbólico con lo lingüístico que brinda al terapeuta claves para la comprensión de su experiencia y la formación cultural en la que esta inserto el paciente.

Foto de Damir en Pexels

Retomando lo que expresaba al inicio, una de las críticas que se le puede hacer a Jung es no darle importancia al ámbito corporal y con ello, perdió de vista que el cuerpo es también una condición simbólica irremplazable; recurso de la memoria, de la apropiación simbólica contingente a la contemporaneidad, punto de partida de la identidad, asiento de las capacidades cognitivas y el inicio de todo contacto y comunicación. Es, como refiere Duch y Mélich (2012) “todo aquello que es él mismo en la multiplicidad de sus relaciones históricas” (2012:238) ya que conforma un modo de vivir en la Tierra y que existe en la medida en que lo percibimos.

Es necesario tomar en cuenta que el cuerpo se comunica y se hace presente mediante sensaciones. Es la comunicación primaria que nos indica si lo que estamos haciendo o pensando nos resulta placentero o doloroso o si estamos en armonía y en congruencia con nuestras acciones y pensamientos. Muchos síntomas como las tensiones musculares, la gastritis, la colitis, o la migraña, por decir algunos de los síntomas más cotidianos en nuestra sociedad, nos hablan de nuestro estado interior más allá de nuestro pensamiento. Observando al cuerpo, y colocándolo como la primera vía de conciencia, reconociendo sus bloqueos, es posible podemos darnos cuenta de que está pasando en nosotros a un nivel más profundo.

Resulta claro que el poder establecer un diálogo con el inconsciente, desde el trabajo (constante, ya que no es perentorio) de la sombra lleva al individuo a un nuevo centro y a una síntesis de la personalidad a partir de la unificación de los opuestos; el trabajo de sanación de cualquier persona depende en gran medida, de la comprensión que se logre de su esencia y sus características. Por consiguiente, el enfoque integral es aquel que permite un abordaje, sin ningún deseo ordenador ni ascendente, que considere el mayor número de factores en su tratamiento. Para tener una vida plena es necesario tomar contacto con uno mismo, conocerse y reconocerse, desarrollar todas nuestras capacidades, sentir, actuar, amar y pensar; tener en cuenta que no somos robots ni “cerebros con piernas” que tampoco se trata de seguir programaciones obsoletas o de reprimir las emociones para sobrevivir; vivir de forma integral es ser conscientes de la expresión que el Todo tiene en mí.

No se puede anhelar un orden capaz de ponerle pasos a trabajos que pueden ser internos -propios de la reflexión la introspección que desemboca en un autoconocimiento-, y externos -relativos a la vinculación, la necesidad de pertenencia y al compartir.  Pienso que eso destina a la sombra la espontaneidad y la capacidad de crear.

Lo integral es considerar el ser bajo todas sus circunstancias, desde las experiencias perinatales, sus microsistemas (contexto sociocultural, el sistema de creencias, la familia, la escuela) su correlación con los rasgos de conducta, su estructura caracterológica y sus síntomas referenciados. Buscando, como lo refiere Ginger “una coherencia interna de mi ser-en- el- mundo en su conjunto, con el fin de descubrir y desarrollar mi “espacio” de libertad (1987;21).

Hasta el próximo leencuentro.

Te recomendamos los siguientes enlaces: https://mentalizarte.mx/2023/07/21/el-arquetipo-de-la-nina-buena/ y https://www.bicaalu.com/creatividad-e-inspiracion-provienen-de-una-fuente-externa-y-misteriosa/

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