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   El miedo es, muy probablemente, la emoción mejor estudiada gracias a la facilidad en que se induce en las especies. Entre los mamíferos como en los seres humanos, se generan respuestas estándar con un mayor o menor grado de intensidad dependiendo del estímulo, entre las que se encuentran: inmovilidad inicial, palidez en rostro, manos frías debido a la disminución del flujo sanguíneo en las extremidades superiores y la piloerección, mejor conocida como piel de gallina. Es por dicha razón que Paul Ekman afirma que una emoción es una modificación del estado del cuerpo como respuesta estereotipada a un estímulo.

   Todos sabemos que el miedo es la reacción del organismo ante el peligro. Un concurso, un examen, una cita, un despido o incluso una entrevista laboral, llevan implícito un riesgo psicológico, que aunque no pone en riesgo mi vida, no deja de ser amenazante pues existe la posibilidad de equivocarse, de no saber cómo hacer frente a la situación, parecer tonto, aburrir, no ser competente y más; tendemos a interpretar mal al miedo y utilizamos toda nuestra energía en reprimirlo en lugar de aceptarlo, lo que en gran parte de las veces obstaculiza sus funciones.

   Imagina que recibes un mail para una entrevista de trabajo, han establecido los detalles y tienes la información necesaria sobre el lugar de la entrevista. Puede que te sientas tan confiado que no tuviste la necesidad de preguntar ni de investigar nada pero, cuando llega la pregunta del reclutador, esta te hace trastabillar: “¿sabes quiénes son nuestros clientes?”  quizá si no hubieras bloqueado el miedo natural que solemos sentir ante lo desconocido, este, te hubiera servido como anticipador, auxiliándote a generar posibles preguntas y llegar verdaderamente preparado a tu entrevista.

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  Cuando se ha terminado escuchas el clásico “Nosotros nos ponemos en contacto contigo” y eso, suele depositarnos en la incertidumbre, la cual, no estamos diseñados para poder sobrellevarla, pero como no queremos que se den cuenta de que tenemos miedo, estrechamos la mano y nos dirigimos a la puerta sin mayor aspaviento.  ¿Qué pasaría si hiciéramos frente al rechazo laboral? Seguramente se cumpliría la otra función del miedo, adaptarnos, buscar la información necesaria. Esto nos permitiría preguntar sobre las posibilidades de ingreso y el tiempo aproximado de espera para nuevamente anticiparnos y evaluar el riesgo.

   ¡Ya sé! Muchos de nosotros estaríamos encantados de vivir sin miedo, pero el miedo es una emoción centinela, nos pone alertas y hace posible que elijamos la mejor acción posible: anticiparnos, huir o combatir, lo que lo hace un buen consejero. Si no tuviéramos miedo no tendríamos la necesidad de ponernos a salvo, no mediríamos los peligros y no protegeríamos a quienes más queremos. Sin embargo, para que pueda cumplir sus funciones es necesario reconocerlo, tomar consciencia de las situaciones que lo producen y reformularlo a través de la verbalización, la cual nos permite dominar la emoción. Contrario a lo que hacemos con él y que nos hace sus presas.

Hasta el próximo leencuentro.

 

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