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Trascender el ego

El concepto de ego, surge desde Freud (1980) cuyo desarrollo es entendido desde varias aristas: como parte del afianzamiento de la identificación sexual, el devenir de la personalidad hacia la madurez y la adaptación social. Suele ser entendido como la región del aparato psíquico que articula la normas y las imposiciones externas de indoles sociales y educativas, con los impulsos inconscientes.

Desde la perspectiva transpersonal, se entiende al ego como una representación condicionada por dependencias, apegos, interpretaciones y la promoción autorreferenciada de estas; dichas variables dan lugar a distintas manifestaciones como: consideración egocentrada de los objetos de identificación como algo propio, apreciación distorsionada y/o idealizada de los objetos del afecto, razonamiento fragmentario, inhibido o destructivo, desestimación de posturas divergentes a la propia, abundancia de juicios, resistencia e incomodidad ante cuestionamientos sobre su propia percepción e ideología, flexibilidad disminuida, adhesión a criterios de valor socialmente aceptables, ausencia de compromiso social, sensación de rechazo e incomprensión y conductas de validación.

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Ivan Siarbolin en Pexels

De la psicología humanista a la psicología transpersonal, la transformación de un paradigma.

La mancuerna entre la filosofía existencial y la psicología humanista

En términos heideggerianos, el ser ha sido lanzado al mundo y la filosofía existencialista ve a este ser como un ser propenso a la ansiedad, entre la culpa y la incertidumbre y con un sinfín de decisiones que tendrá que ejercer a lo largo de la vida.

Desde Jean-Paul Sartre (2009) se le ha añadido, como él mismo lo refiere, “la posesión de lo que es… el hombre está condenado a ser libre y le corresponde a el darle un sentido y un valor a lo que elige” (p.85) Para Sartre, la clave del ser humano reside en su proyectarse hacia el porvenir, es decir, sus proyectos: sus planes, esperanzas y expectativas, cada uno de los cuales significa un sentimiento unificador de orientación hacia una meta en la vida. Es este proyecto central el que en gran medida da sentido a la vida.

En paralelo, la psicología humanista va en contra de la despersonalización y de ver al Hombre solo como un objeto en el tiempo -como lo postula Rollo May (2000) en su libro el Dilema del Hombre-, en su lugar promueve el ser visto como un ser en construcción, capaz de generar para sí mismo un conocimiento por amor que genere a su vez una experiencia amorosamente humana, como lo argumenta Abraham Maslow (1982).

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