Trascender el ego

El concepto de ego, surge desde Freud (1980) cuyo desarrollo es entendido desde varias aristas: como parte del afianzamiento de la identificación sexual, el devenir de la personalidad hacia la madurez y la adaptación social. Suele ser entendido como la región del aparato psíquico que articula la normas y las imposiciones externas de indoles sociales y educativas, con los impulsos inconscientes.

Desde la perspectiva transpersonal, se entiende al ego como una representación condicionada por dependencias, apegos, interpretaciones y la promoción autorreferenciada de estas; dichas variables dan lugar a distintas manifestaciones como: consideración egocentrada de los objetos de identificación como algo propio, apreciación distorsionada y/o idealizada de los objetos del afecto, razonamiento fragmentario, inhibido o destructivo, desestimación de posturas divergentes a la propia, abundancia de juicios, resistencia e incomodidad ante cuestionamientos sobre su propia percepción e ideología, flexibilidad disminuida, adhesión a criterios de valor socialmente aceptables, ausencia de compromiso social, sensación de rechazo e incomprensión y conductas de validación.

Ram Dass, refiere que el ego es la serie de pensamientos que definen el Universo, que nos dice cuáles son las causas de las cosas y cuáles son aquellas que se deben evitar. Comenta que es como una habitación familiar a través de la cual se ve el universo y donde la persona se siente segura; el miedo a salir de ella la convierte en una prisión, sobre todo, cuando se ha generado la identificación con dicha habitación. Pero, como lo estableció Gurdjieff en su momento, el recién nacido es solo esencia, lo que es inherente a este ser antes de que el trance consensual y cultural comience a modificarle. Un aspecto que hace posible esta modificación es justamente la identificación. Esta, como lo estableció Tart (1990), nos apega a ciertos patrones cognitivos, de resolución incluso de afectos, es tal que muchas veces las personas se apegan a lo que las representa, y pueden vivir pensando que esa representación es lo que son. Dicho autor señala:

“Es más fácil identificarse con algunas cosas que con otras. Nuestras sensaciones (me pica) y nuestro cuerpo son naturales. Nuestros pensamientos y sentimientos (“pensé primero sobre ello”, “estoy deprimido”) son objetos de fácil identificación ya que tienen la ventaja de provocar que experimentemos con claridad nuestros pensamientos y sentimientos. Y especialmente nos identificamos con nuestro nombre” (1990,170).

Aunque no se puede dejar de lado, la utilidad que tiene su formación ya que lo liga a la conservación de la especie y del individuo al ser una herramienta adaptativa primaria; su utilidad radica en la asimilación del infante a fin de apropiarse algunos segmentos de los adultos y del mundo que le rodea de forma provisional mientras la persona logra una evolución y una maduración que le permita construir los propios, da cierta estructura al identificarnos con ciertos roles ya definidos e insertarnos en la cultura a la que “pertenecemos”. Es posible entonces entender a Ouspensky cuando se refiere a éste como “un estado curioso en el cual pasa el hombre más de la mitad de su vida” (1978, 50).

En suma, el ego no es la verdad sobre nosotros, son en realidad los conceptos con los cuáles cualquier persona se puede definir y que tienen la particularidad de permanecer sin cambios -los pensamientos sobre el pasado, la familia, por ejemplo-, o suspendida en el tiempo -nuestro cuerpo, nuestras posesiones, la colonia donde crecimos-aunque útil en algún momento del desarrollo del ser humano y en el mantenimiento del orden. La consolidación e incremento del ego resulta incompatible con el autoconocimiento y con la evolución de la conciencia, por lo que incluso pudiera ser considerado como el componente no coadyuvador ni favorecedor de la mejora del psiquismo ni de la evolución interior.

En síntesis, como lo postulan Encinas y Fajardo “Cuando entendemos la mente como una herramienta que tenemos que utilizar y que por tanto no somos nuestra mente, nos podemos liberar de su contenido y esto nos permite autoexcluirnos de los conflictos y por tanto del sufrimiento” (2014,537).

Por tanto, si no hay identificación con emociones y pensamientos dolorosos, no hay vivencia del sufrimiento, tal cual lo manifiestan los autores, la causa del sufrimiento es la identificación, la cual, claramente hay que trascender. Una forma de reconocer las limitaciones de nuestros pensamientos, de nuestras concepciones adquiridas y de abrirse a la experiencia de lo cotidiano, es a partir del desarrollo de la espiritualidad. Detallare ahora ese punto.

Espiritualidad y trascendencia

El desarrollo espiritual es proporcional al desarrollo humano. Vaughan puntualiza que el “auténtico crecimiento espiritual solo puede darse si quien lo aspira manifiesta un auténtico deseo de lograr dicho crecimiento asumiendo las etapas difíciles de purificación y manifestando un compromiso con la verdad” (1990,38).  Es proporcional porque implica el reconocimiento de la diversidad, de la vida, del desarrollo de la compasión y la liberación de esa representación condicionada.

Foto de Ekaterina Bolovtsova en Pexels

En este mismo orden de ideas, Mytko y Knight (1999) definen la espiritualidad como un conjunto de sentimientos que dirigen al individuo a conectarse no solo consigo mismo sino con los otros, con el propósito de la vida y con la naturaleza para encontrar paz y armonía. Por otro lado, Zinnbauer y Pargament (2005) la conceptualizan como la búsqueda de algo que va más allá, de lo trascedente.

Zohar y Marshall (2001) refieren que la inteligencia espiritual complementa las otras inteligencias que se poseen y la cual faculta la trascendencia del sufrimiento, del dolor y faculta al ser humano para crear valores y habilidades que buscan encontrar el sentido de nuestros actos. Sus investigaciones han puntualizado que, las personas que cultivan esta inteligencia, poseen una serie de características, establecen que: son más abiertas a la diversidad, tienen una gran tendencia a preguntarse el porqué y el para qué de las cosas, buscan respuestas fundamentales y, además, son capaces de afrontar con valor las adversidades de la vida, buscan una concepción del mundo, tienden a valorar sus acciones y el conjunto de su itinerario y sus opciones de vida.

Por tanto, D. Zohar e I. Marshall podrían usar como sinónimo la inteligencia espiritual con la autorrealización de Maslow, ya que, como he ya establecido, una persona autorrealizada y una persona con la inteligencia espiritual desarrollada, posee una enorme capacidad de conexión con todo lo que existe, con la vida en todas sus formas, pues es capaz de vislumbrar los elementos que unen, lo que subyace en todos, más allá de las individualidades; es capaz entonces de trascender su ego y su historia de vida y por ende, han podido desarrollar las virtudes que lo hacen capaz de elegir el bien común, la prudencia de la evaluación de sus actos y sus circunstancias. Seligman (2003) conceptualiza a la trascendencia como aquellas fortalezas emocionales que trascienden a las personas y las conectan con algo superior, divino y permanente y bajo este desarrollo se puede entender que la trascendencia es constitutiva del desarrollo humano y constitutiva también a la espiritualidad.

Hablamos pues no de una habilidad de la mente, hablamos de una condición humana de carácter universal que anhela una integración y un conocimiento profundo, primero de sí mismo y luego de las infinitas formas de vida. En palabras de P. Ferrucci “debemos asegurarnos de tener conciencia de nosotros mismos y de nuestras necesidades, de estar en nuestro espacio tiempo” (2005, 110) con ello, experimentaremos el bienestar espiritual y lo que de ella se desprende: la compasión, la gratitud, la generosidad y el respeto. Vaughan también lo puntualiza al referir que la “salud espiritual también implica el desarrollo de cualidades como el humor, la sabiduría, la generosidad, el desapego, la trascendencia de uno mismo y el amor incondicional” (1990, 37-38).

Para amar lo que es, como es, para amarnos como somos, es necesario reconocer el valor intrínseco que se posee, por el simple hecho de existir; ver la vida que acontece dentro de nosotros en el día a día.  

Hasta el próximo leencuentro.

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