Las relaciones interpersonales nos permiten ver, de primera mano, la manifestación de nuestro ser social a través de la interacción de diferentes personas y grupos en una diversidad de contextos, que nos permiten realizar un intercambio de ideas, la adquisición de ciertas normas y la adaptación al entorno. Es donde se puede apreciar que somos mutuamente dependientes unos de otros y que hay aspectos individuales que requieren presuponer otros elementos para comprender al ser de una forma más integrada.
Las relaciones con los otros es un aspecto de la vida cotidiana que se ha estudiado desde hace casi un siglo y cuyas dificultades pueden generar desapariciones de sociedades, fenómenos de aislamiento y otros conflictos que impactan en el desarrollo de la conciencia.
El ego
Encinas y Fajardo, refieren que todo pensamiento consciente que se repite en un bucle sin fin, acaba por volverse un programa mental cuya consecuencia es el actuar automático que con el tiempo y el cúmulo de creencias sin procesar conforman un “ego rígido en el que falta toda la parte emocional” (2014:536). Todas las personas tienen en mayor o menor medida esta identidad generada que marca pautas de interacción hacia el mundo exterior; debemos de pensar que todo el proceso evolutivo va construyendo, en diferentes edades y etapas, una identidad que responde a la realidad que vamos percibiendo y de las percepciones de aquellos que dentro de mi núcleo son responsables de mi protección y cuidado. Esta identidad construida es llamada por Jung (2006) como la máscara; si la máscara no se cuestiona y no se cuestionan tampoco las interacciones con el entorno a través de ella, lo más usual es que las relaciones interpersonales detonen antiguos dolores de vinculaciones pasadas que ya estaban ahí.
La construcción del Yo se lleva a cabo a lo largo de su desarrollo madurativo a través de las continuas identificaciones con modelos proporcionados por distintos entornos -casa, escuela, amistades-, por esa razón se dice que todos los egos humanos son iguales, puesto que tienen como característica similar su relación externa por las identificaciones realizadas. Al respecto, Celis hace mención que “el […] efecto del proceso de condicionamiento social, en el cual la persona reprime o acepta aspectos de sí mismo en función de la aceptación que recibe de los que le rodean. Así el individuo forma una personalidad que ha escindido aquellos aspectos de los que ha aprendido a desconectarse […]” (2002:3) lo cual da lugar a una desarmonía.
En la superficie, entonces no se distinguen, pero sí en el fondo, dependiendo de los complejos -como lo advertía Jung-, que el Yo posea y que la evolución de la conciencia y el crecimiento no se da de forma paralela en todos los casos, pues depende de una serie de factores como la experiencia y la historia de vida, el medio ambiente, las actitudes y el estado de salud del individuo (González, 2000).
En relación a esto, todos hablamos y consideramos el libre pensamiento es y ha sido una de las grandes conquistas del ser humano, pero esta se convierte en un inconveniente cuando las posiciones mentales nos impiden abrirnos a nuevas perspectivas que difieren de las propias y entonces el ego cree que es aquello que ha aprendido. Los conceptos que se han ido adquiriendo pasan a ser identificaciones del ego, modelos inmateriales e inflexibles que pensamos como parte de nuestra identidad, pero que en realidad solo forman parte de un conocimiento común para un grupo de personas y que nos ayuda a entendernos y al contrario, el disgusto que nos proporcionan las ideas de las personas que nos rodean y que no son afines a las nuestras, son directamente proporcionales al grado de apego que tenemos a las propias ideas y la poca disposición que tenemos para poder cambiarlas.
Es por dicha razón que, desde la óptica de lo transpersonal se pone énfasis en entender la mente como una herramienta que tenemos que utilizar y que, por tanto, no somos nuestra mente; desidentificarse así hace posible liberarnos de su contenido, nos permite autoexcluirnos de los conflictos y por tanto del sufrimiento. Con esto quiero sugerir que la necesidad de generar, por ejemplo, la dicotomía de las personas que están de acuerdo conmigo versus los que no lo están no sería relevante si no existiera la necesidad de reafirmación o de validación y, sobre todo, si no siguiéramos atados a los condicionamientos y creencias adquiridas de forma previa. Así lo señala también González Garza (1999):
“Al nacer el ser humano se enfrenta a un mundo en el cual la sociedad y la cultura tienen ya establecido un conjunto de significados y valores de distinta índole —morales, sociales, estéticos, científicos, económicos, políticos y religiosos, entre otros— que de un modo u otro le van a ser transmitidos a través de la acción educativa, entendida ésta en el sentido más amplio del término. Sin embargo, es tarea y responsabilidad de cada individuo descubrir el sentido y significado de los valores que le son transmitidos, con el objeto de interiorizarlos y asumirlos como propios, organizándolos y jerarquizándolos en su conciencia personal (1999:7).
La liberación se da en el momento en que dejamos de identificarnos con dichos conceptos e ideas, cuando las creencias no nos hacen reaccionar con indignación, impotencia o enojo; cuando, como dice Eger (2020) reconocemos que el otro también tiene razón, que no soy capaz de entender a todo el mundo y no todo el mundo me puede entender a mí. Es tener en cuenta que hablar de las interacciones sociales es hablar de las proyecciones, del ego, de la diversidad de aprendizajes y de matices socioculturales.

De no realizarse este cuestionamiento, el ser se da por dado, sin posibilidad de cambio y en su deseo de autodefinición recurre a referencias externas, etiquetas o validaciones para darse identidad, puede recurrir a relaciones que le ayuden a tapar sus necesidades, carencias, sus dependencias.
En consecuencia, si no se logran trascender los niveles egoicos de la conciencia, no se pueden encarnar etapas más evolucionadas y por ende no se podrán desarrollar valores tendientes a la autorrealización; valores del ser como los llamó Maslow (1972/2020). Recordemos también que, tal y como lo postula González Garza (1999) “Todo proceso de cambio social debe iniciarse a partir de un cambio a nivel personal. Se trata de un proceso de liberación, de actualización personal que se realiza cuando el individuo es capaz de abrazar a la comunidad humana entera” (1999:9).
En suma, lo que crea el problema afuera, tiene inicio dentro del ser humano ya que el ego es un reflejo hacia el exterior de nuestro proceso de socialización y que es necesario para dar estructura e identidad a la persona y que, por ello, siempre está en busca de ser satisfecho y de tener la razón; algunas actitudes egocéntricas dentro de la formación de esta función intrapsíquica dan lugar a heridas muy profundas que pueden impedir la formación de nuevas habilidades sociales. Un proceso psicoeducativo y la promoción del autoconocimiento es eficaz para iniciar con la gran tarea de dominar al ego.
Las relaciones interpersonales son una oportunidad para vencer al ego, es a partir de ellas que podemos poner en práctica valores de gran importancia para poder ser mejor ser humano como la humildad, el respeto y la tolerancia, pero al mismo tiempo se generan una serie de desacuerdos y molestias cuando no es posible reconocer, aceptar y tomar responsabilidad sobre los propios errores. Como seres gregarios que somos, es una tarea de existencia que cada ser humano pueda darse cuenta cuando se ha deformado la realidad – por sus percepciones, por sus proyecciones, por su ego-, y cómo hacer para encauzarla a la bienaventuranza.
Hasta el próximo leencuentro.
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