Todos sabemos que la muerte es un proceso biológico compartido por toda la humanidad sin dudar. Yo tenía 3 años cuando mi abuelo falleció, ese fue mi primer acercamiento con ella.
De su entierro no recuerdo nada, sin embargo, del velorio tengo muy nítidas las imágenes; observaba a todos, los seguía para ver a dónde iban o que hacían. Cuando tuve la oportunidad, arrastré una silla para ver a mi abuelo en el féretro, parecía muy tranquilo, nada similar al bullicio y el desfile de comida que desfilaba entre los y las asistentes. Algunos Tanatólogos llaman a eso (el primer recuerdo sobre la muerte) imagen fundante, así que para mí, la muerte es algo tranquilo, un momento de paz y de alguna forma, conexión. Pese a eso, entre mis imágenes esta mi madre, debatiéndose entre el ser fuerte, el no llorar, el seguir adelante y vivir su pena. Seguramente, esta imagen a la que me refiero es muy distinta a la mía.
Mi madre, quizá igual que tú, pensaba que si mantenía escondida su tristeza y dolor sería más fácil llevar su pérdida. Lo que no sabía es que a veces, las ganas de que el mundo se ponga en pausa es más fuerte que la energía de luchar y así como el calor constante acaba por quemar, así el dolor acaba por consumir.
Con ese fluir natural de la vida es normal tener un desequilibrio social y afectivo, pues el dolor de la pérdida se manifiesta en todas las áreas de la vida. El duelo es un síndrome, el cual se caracteriza por falta de atención, desorganización de ideas, disminución del apetito, frustración, alteración del sueño y sensación de injusticia. Todas estas circunstancias limitan la productividad e imposibilita regresar a la cotidianidad, no importa cuánto empeño pongamos en eso. Algunos podemos seguir por el sendero de llevar a cabo lo que nos han dicho los amigos y familia y creer verdaderamente que lo mejor es “no llorar para que pueda descansar el alma del fallecido”, “echarle ganas”, “no decaerse porque se tiene responsabilidad con otros hijos”, “tener que ser la fortaleza de tu hogar” o el “debes de estar tranquila”
Hay que tener en cuenta, por el contrario, que no es obligatorio debatirse entre seguir con la vida y vivir el duelo. Es necesario comprender que el duelo es un proceso adaptativo ante la nueva realidad que se me presenta: la oportunidad de adaptarme a un espacio donde ya no está físicamente la persona amada, la modificación de roles de la familia, el cambio de rutina diaria. Optar por no adaptarse, es decir, no trabajar las emociones y el dolor traerá como resultado un duelo patológico donde la persona es presa de sentimientos y comportamientos autodestructivos.
Aceptar la realidad de la pérdida es el primer paso, aunque no el único. Adaptarse también implica preguntarnos por el sentido y propósito de nuestra vida, sobre el qué queremos hacer ahora. Esta evaluación solo es posible utilizando la introspección que nos otorga la tristeza y, paradójicamente, es la que nos repara para seguir con nuestra vida.
Entonces, bloquear el enojo, la rabia y la tristeza no te hará seguir adelante. Por el contrario, te tendrá entre la vida y el duelo.
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