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El veneno de la comparación

El psicólogo social León Festinger planteaba que los seres humanos tenemos la necesidad constante de evaluar nuestras habilidades y opiniones, sobre todo cuando nos quedamos sin pistas de nuestra valía y eficacia. Décadas después Thomas A. Willis, formulo el termino comparación ascendente y descendente en función de si nos comparamos con gente que está mejor o peor que nosotros. Nos comparamos todo el tiempo, a veces sin siquiera darnos cuenta: hacemos la comparación con las plantas del jardín de vecino, con la compañera de trabajo o con aquel que se ve más amolado que yo pero que tiene mi edad…

Las redes sociales también aportan su granito de arena pues las publicaciones de las fiestas, los viajes y los conciertos propician el caldo de cultivo para que cualquier persona con esta inclinación y un alto neuroticismo se sienta afectado.

Sin embargo, te sorprenderá saber que una de las equivocaciones más grades que podemos cometer es justamente compararnos, sin importar con quién.

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Síndrome del impostor, cuando mis logros no son suficiente

Descrito por primera vez por las psicólogas Suzanne Imes y Pauline Rose Clance en 1978[1], el síndrome del impostor se refiere a aquellas personas que son incapaces de internalizar y aceptar su éxito. En lugar de ser dueños de su capacidad para alcanzar sus logros, creen que su éxito se debe a la suerte o algún otro factor externo, temen incluso ser desenmascarados como un fraude.

La carga de vivir con el miedo a ser descubierto por su supuesta falta de competencias requiere una vigilancia constante y tiene un precio emocional; ocultar lo que nos avergüenza consume energía y requiere un combustible continuo para tener éxito en no ser “desenmascarado”.

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