La psicología transpersonal va más allá del ego, genera una postura holística que forma una transformación (Hartelius et al. 2007), al integrar al ser humano no sólo consigo mismo y con su medio sino con todo el Universo. Integra los saberes de la física moderna cuando refiere que entre todos los seres y las cosas que habitamos el universo existe un entramado, una especie de tejido relacional que nos conecta a todos y a cada uno.
Wilber, en su libro el Espectro de la Conciencia, marca una diferencia sustancial al romper el marco cartesiano, en la cual, a lo largo de la historia, nos hemos ceñido a dos modos de conocer, un conocimiento inferencial y simbólico que ha descompuesto en partes el Universo y el hombre, que necesita dividir el mundo en observador y observado y que lo único que hace es dividir en dos. Por otro lado, el conocimiento íntimo y experiencial coge en una sola pieza el mundo, siendo así, los seres humanos serían como “partes” del universo que contiene en nuestra biología y en nuestro ser toda la información condensada del mundo.
“[…]cuando nos limitamos a utilizar el modo de conocimiento simbólico y dualista, que separa al sujeto conocedor del objeto conocido, otorgando a dicho objeto un símbolo o nombre apropiado, nosotros nos sentimos también distintos y ajenos al universo, identidad representada por nuestro papel y nuestra autoimagen; es decir, el símbolo pictórico que hemos formado de nosotros mismos, convirtiéndonos dualmente en un objeto con respecto a nosotros mismos. Sin embargo, el conocimiento no dual opera de un modo distinto ya que, como hemos dicho, la naturaleza de dicho modo es la de ser uno con lo conocido” (Wilber, 2005,65).
Lo “trans” iría más allá de los límites sensoriales y egoicos normales de la experiencia cotidiana y más allá del conocimiento dualista; la experiencia transpersonal puede, por lo tanto, llamarse meta-egoica puesto que ocurre una trascendencia de un ir más allá del sentido cotidiano de la mentalidad emotiva atrapada dentro de un cuerpo.
Esto no significa necesariamente que el ego, el sentido de identidad personal, esté destrozado o desaparecido. La mayoría de las veces, significa que la identidad del ego se expande para incluir una versión previamente inimaginable en aspectos más profundos.
Los hilos de la voluntad y la espiritualidad
Puntualizando en la Psicosíntesis de Assagioli (1993), es en el Supraconsciente donde residen los impulsos más elevados como la intuición, la fuerza, el amor altruista, la voluntad, la empatía, la solidaridad, la inspiración artística, la comprensión espiritual y filosófica, la necesidad de darle significado y propósito a la vida, pero que de igual forma que en el inconsciente, todo puede estar tan reprimido que también puede ser nocivo e incapacitante para tener una vida más gratificante.
Desde este planteamiento y en su contraparte, el inconsciente inferior dirige las actividades psicológicas básicas, instintos primitivos y complejos emocionales. El inconsciente medio -al que Freud había llamado preconsciente-, asimila las experiencias antes de alcanzar la consciencia e integra los contenidos del entorno de los que no nos damos cuenta por lo limitado de nuestra percepción, mientras que los impulsos, sentimientos y pensamientos de la consciencia pueden ser analizados por el yo consciente, el punto de atención pura.
Además del concepto del supraconsciente, otro gran aporte de R. Assagioli es el que denomina despertar espiritual. Refiere que la etapa adulta es en apariencia la etapa más estable pero crítica en cuanto a la espiritualidad: “es el punto donde los caminos se separan, es el momento de la elección que decidirá el futuro del alma” (1993, 123). Lo anterior genera una crisis del desarrollo espiritual cuyo significado es la manifestación primaria y negativa de lo trascendente y eterno de la conciencia espiritual que desarrollará después la iluminación.
Con este respecto, González Garza refiere que “el despertar existencial se caracteriza por la autoconciencia, el descubrimiento de la libertad personal y la responsabilidad que esta implica” (2000,335) y que es a partir de este despertar que el ser tiene la oportunidad de percatarse del qué, del cómo y del para qué de su existencia y de su quehacer en el mundo. Dicho postulado encuentra eco en el desarrollo que propone Assagioli sobre el uso de la fuerza de la voluntad:
“[…] la voluntad ocupa una posición central en la personalidad del hombre, y su íntima relación con el centro de su mismo ser, su verdadero yo. […] es la voluntad la que tiene la función de decidir lo que se debe hacer, y la de usar todos los medios necesarios para su realización, perseverando a pesar de todos los obstáculos y las dificultades” (1989, 9).

El despertar existencial, por tanto, es inherente al uso de la voluntad en tanto que cumple con el criterio de las tres fases que refiere Assagioli: “la primera es reconocer que la voluntad existe: la segunda refiere a la conciencia de tener una voluntad y la tercera fase del descubrimiento, que lo vuelve completo y eficaz, es la de ser una voluntad” (1989,10). Es claro que para Assagioli, las dos funciones principales del ser personal son la consciencia y la voluntad.
Más adelante refiere: “El descubrimiento de la voluntad dentro de nosotros, y más aún la conciencia de que el Yo y la voluntad están íntimamente ligados, puede representar una verdadera revelación que quizá cambie, a veces radicalmente, nuestra auto conciencia y toda la actitud hacia nosotros mismos, los otros y el mundo. Advertimos que somos un “sujeto viviente” dotado del poder de elegir, de construir relaciones, de hacer cambios en nuestra personalidad, en los otros, en las circunstancias” (1989, 11).
La voluntad es vital en la teoría de la psicosíntesis ya que es, a través de ella, que se gana libertad de elección, responsabilidad personal, la habilidad de coordinar y la posibilidad de dirigir los diversos aspectos de nuestra personalidad al utilizar la voluntad sabia, por ejemplo. Gracias a ella nos liberamos de reacciones no deseadas, de nuestra indefensión ante impulsos instintivos inoportunos y de someternos a las expectativas de otros, desde una voluntad fuerte. Podemos mantenernos enfocados e irnos capacitando en forma progresiva a seguir el camino más adecuado en correspondencia con lo mejor de nosotros, desde una voluntad buena para, acrecentar la capacidad de servir a las fuerzas de progreso, encontrando un sentido y significado profundo a nuestra vida personal; llegamos a ser capaces de funcionar en el mundo de manera más efectiva y serena, en un espíritu de cooperación y de responsabilidad hacia nuestros semejantes, desde una voluntad trascendente.
Como se podrá observar, para R. Assagioli, la voluntad tiene una función directiva y reguladora por la relación estrecha que mantiene con la conciencia del Yo y como centro unificado de todos los elementos de la vida psíquica al igual que el holismo de Smuts (Ostachuk, 2019) después de todo, el concepto de voluntad contempla las etapas de la voluntad (propósito, deliberación, elección, afirmación, plan, acción); y los elementos de la voluntad (fuerza, destreza y bondad) los cuáles ofrecen una orientación integral hacia la persona.
Entrelazando otro aspecto importante al concepto de evolución de la conciencia, está la perspectiva teilhardiana, esta entiende al ser humano como el poseedor de discernimiento y reflexión que le permite conocerse y transformarse, y con ello, la posibilidad de conocer y transformar su entorno -de forma muy similar al descubrimiento de la voluntad de la que hablaba Assagioli, expuesto líneas arriba-, y que a partir de ello somos responsables de la futura dirección de la evolución de la cultura, la ciencia y la religión de una espiritualidad encarnada. Teilhard (González, s.f) propone la existencia de dos grandes etapas evolutivas, la primera de ellas, corresponde al centro bio-psíquico individual, en la que el individuo se reconoce y se acepta como un ser separado y distinto de los demás centros que lo circundan; la segunda, está caracterizada por la unión de lo individual y lo colectivo que interactúan perfeccionándose mutuamente.
Teilhard (1989) formula una teoría sobre el fenómeno de la espiritualidad al que describe – en concordancia con otros desarrollos sobre la evolución de la conciencia, como el de Wilber (2005) o la espiral de conciencia de González Garza (2000, 2014)-, como el ascenso gradual y sistemático de la conciencia que se mueve de lo inconsciente a lo consciente dentro del proceso evolutivo. Desde esta óptica, la espiritualización se contempla como una transformación creativa de la materia al trascender toda multiplicidad, donde alcanza su punto más elevado. El llamado Centro Omega.
Para tejer con más profundidad este último punto, he de recuperar a otro teórico muy importante de la primera generación de transpersonalistas -aunque sin esa denominación en su momento-, Carl G Jung, quien definía a la individuación como el desarrollo psicológico del individuo y distinto de la psicología colectiva general; como un proceso de diferenciación que tiene como objetivo el desarrollo de la personalidad individual. Una necesidad humana natural del ser, como lo llamaría Maslow (1954/1987). Dicho postulado me parece a fin y complementario a la voluntad sabia de Assagioli:
“para usar sabiamente la voluntad, debemos comprender nuestra constitución anterior, familiarizarnos con nuestras distintas funciones, los impulsos, los deseos, los condicionamientos y las relaciones que hay entre ellos, de tal forma que podamos, en cualquier momento, activar y utilizar aquellos aspectos de nosotros mismos que ya tienen la tendencia a producir una acción específica para realizar la condición que nos proponemos” (1989,16).
Por tanto, el uso de la voluntad requiere de un proceso de individuación que desemboque también en un despertar existencial. La correspondencia entre Jung, Assagioli y Teilhard es esbozada claramente por González Garza (2000) al establecer que el Centro Omega (conocida también como conciencia trascendente) es posible con un nivel de conciencia personal que continúe definiéndose hasta lo colectivo, sin que por ello pierdan su individualidad, pero, si convergente con el Universo; un tejido a fin a la teoría del pensamiento complejo de Morin, personas en sociedad pertenecientes a una especie.
Refiere también que dicha ascensión de la conciencia esta movida por el amor que genera la evolución humana. Un tema en el que Jung, en el capítulo Alma y Dios (2009)también abordo y en el cual refiere que para abrazar el saber del corazón es necesario: renunciar a la ciencia exacta, en el sentido de estar más bien abiertos a la posibilidad, más que a la experiencia, a vagabundear por el mundo, viviendo formas de la pasión, pero sin bata de erudito; como lo propone la filosofía trascendental. Parafraseando a Jung, vivir lo no vivido sería abrirse al contrasentido que es en sí mismo, abrirse a los movimientos del alma. El alma siendo la voluntad misma, el alma como el Centro Omega; cuando el hombre se da cuenta de su existencia, se reconoce como parte del todo y se asume como que es también el Todo es capaz también de amar al otro y a lo Otro desde la sabiduría.
Al adquirir más conciencia de cómo opera la voluntad en la vida de uno, el individuo puede comenzar a ejercitar, fortalecer y apelar a los aspectos de la voluntad que son más apropiados en cualquier situación del aquí y ahora. La psicosíntesis implica aprender a reconocer, relacionar y trabajar con la voluntad transpersonal o, en otras palabras, trabajar conscientemente para profundizar la conexión del Ser.
En el mismo orden de ideas, González Garza escribe:
“[…] para Teilhard, el despertar a la esencia se da en el momento del abrazo amoroso con el Omega. Implica un acto de voluntad, una opción libre de entrega total; un acto de amor y de libertad consciente y responsable. En otras palabras, la entrega amorosa total que la conciencia realiza en el abrazo, desvela el misterio de la unidad y la multiplicidad y permite a la conciencia comprender que en su principio está su final y en su final está su principio” (s.f, 15-16).
Como lo ha dicho Jung (1921/2013) -al hablar de la individuación como ese proceso biológico, innato de convertirnos en quienes somos en realidad pero sin el egocentrismo y la individualidad-González Garza (2014) -al iniciar con la definición de Holismo-, y Assagioli (1989) -al establecer que cuando el Yo se vuelve más conectado y en relación con el Sí mismo, entonces la voluntad transpersonal también puede actuar sobre las distintas formas del individuo-, el ser humano a lo largo de su proceso de desarrollo, posee la tendencia natural a darse cuenta, a ser consciente de su ser, de su estar y de su actuar en el mundo, así como de su potencial para ir más allá de las fronteras de las dimensiones biológica, psicológica, social y espiritual que conforman su naturaleza.
El remate
De la experiencia de la dimensión espiritual fluyen muchos atributos, tales como coraje, sabiduría, poder, creatividad, perspectiva, alegría y la capacidad de vivir plenamente, con bienestar. La experiencia humana tiene la oportunidad de ser simultáneamente la universalidad y la particularidad, a partir de un punto de vista material y el mundo manifiesto. Todo el mundo es capaz de esta conexión, aunque puede ser impedido por varios obstáculos, es el derecho de nacimiento que compartimos como seres humanos, que nos da la oportunidad de ir sumando experiencias para que la conciencia se vaya validando y fortaleciendo conforme avanza en su evolución, como la semilla de la que habla González Garza, latente y en espera de ser desarrollada, pero en un proceso de ida y de vuelta ya que lo interior y lo exterior es parte del mismo sendero del despertar.
Hasta el próximo leencuentro.
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