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 La agresión y la violencia, vista como sinónimos, ha ido acompañando al Hombre desde hace muchos siglos, la predisposición genética por si sola no es suficiente para engendrarla. El rechazo materno, la normalización de la violencia en casa, la falta de tolerancia y los fracasos pueden hacer de la violencia un modo de vida.

 Para fines prácticos definiremos la violencia como “la fuerza que se hace a alguna cosa o persona para sacarla de su estado, modo, o situación natural. La acción o el comportamiento manifiesto que aniquila la vida de una persona o grupo de personas o que pone en grave peligro su existencia”.  (Gómez, 2005) La violencia emocional o abuso psicológico, es también ese tipo de agresión que va aniquilando de forma imperceptible los sueños, la tranquilidad y la autoestima de quien lo padece pues no se desarrolla de forma aislada o única, es más bien un comportamiento repetitivo de forma intencional o inconsciente.

 El agresor puede vestirse de nuestra pareja, de nuestro padre, madre o amiga. Lammoglia (2009) comenta al respecto que quien utiliza este tipo de embestida no acepta la responsabilidad de los resultados de sus acciones perversas. Invierte los papeles y la culpa al otro que tendrá que cargar con la responsabilidad completamente y luego se aprovechara de la culpabilidad de su víctima para descalificarla.

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La violencia emocional puede disfrazarse de varios ropajes -al parecer inofensivos- como el interpretar, minimizar, reprochar, interrogar, ridiculizar, condicionar, comparar, celar, chantajear, contradecir y difamar. Aunque, también lo hace con acciones menos veladas al desaprobar, amenazar, rechazar, ser infiel, aislarnos o guardar silencio. De tal forma que quizás vivimos dentro de nuestra familia extendida (mamá, papá, abuelos, hermanos) la violencia de ser ignorados o condicionados “te doy permiso que juegues si te comes todo”, “compramos tu consola si sacas 10 en tu examen” y posteriormente tener una pareja que nos compara con algún ex o que nos reprocha la forma en que vestimos.

 

Pongamos otro ejemplo, las madres orientadas al éxito (las cuales también menciono en el artículo de sobreviviendo a una madre narcisista) son expertas descalificadoras, parecen tener la necesidad de invalidar cualquier esfuerzo. De alguna forma, el descalificar les otorga el “poder” de estar encima de la víctima, busca siempre lo defectuoso para señalarlo. Una mujer de 33 años comenta: – “Saber que mi madre me consideraba inútil cada vez que me dejaba una tarea y no podía cumplirla como ella quería es una de esas cosas que hacen que me duela el alma. No tengo en mi memoria ningún solo recuerdo en que ella me dijera que lo había hecho bien. Yo me esforzaba mucho en que ella me viera como buena hija, pero nunca lo conseguí. En una ocasión llegué con mi boleta, me sentí muy contenta porque no tenía ninguna calificación menor a 9, cuando la vio me dijo: “¿Quieres que te aplauda? Ese es tu único trabajo y al menos deberías hacerlo excelente y no lo haces. Tu única obligación es estudiar”. Años después con la llegada de las parejas, las cuales yo rechazaba por lo que ella comentaba sobre ellos, me dijo que nadie se había querido casar conmigo para no tener la vergüenza de regresarme a la casa por lo inútil que era-.

 Cada ropaje, cada acción, esconden la verdadera necesidad del (a) agresor (a) en el caso de esta mujer, lo que su madre necesitaba hacer, era compensar sus propios fracasos. Como se puede ver en el ejemplo, o en nuestras propias experiencias, las armas que emplea el agresor para poder mantener el control sobre su víctima es la palabra, sus estados de ánimo y su lenguaje corporal.

 Así pues, experimentar este tipo de violencia por un largo periodo se convierte en algo peligroso pues el comportamiento repetitivo sobre la víctima hace que las personas que lo sufren no entiendan lo que está sucediendo. Llegan a pensar que estas agresiones suceden por su culpa. Se vuelven presas (os) del miedo, la vergüenza, la confusión, la ira reprimida, y la culpabilidad además de que suelen sentirse disminuidas e incapaces.3907797906_e5149028d5_z

 Por otro parte, para que exista la violencia emocional debe existir al menos 2 enfermos emocionales ya que, “la reacción natural de una persona sana ante la primera señal de violencia es retirarse. Quien no lo hace y continúa creyendo que no volverá a suceder, tiene un problema y requiere ayuda (…) siempre se requieren dos enfermos emocionales para que la agresión se vuelva cotidiana, ambos juegan su papel” (ibidem: 38-39) Es decir, cuando un enfermo emocional se relaciona con otro igual que el, la historia se repetirá, quizás por eso es común escuchar frases como “Tengo muy mala suerte, solo me tocan los hombres dominadores o inseguros” como si se tratase del boleto premiado de la rifa o una jugada cruel del destino, sin darse cuenta que ellas, ellos, son los que eligen a este tipo de personas como amigos o como pareja.  ¿Qué has aprendido a lo largo de tu vida que eliges el mismo patrón?

La violencia psicológica es una forma de abuso, no es normal ni sano que exista dentro de ningún tipo de relación, así que, si este es tu caso, realiza los cambios pertinentes, trabaja en tu autoestima, acude a terapia psicológica para entender los patrones y las lealtades familiares que continúas antes de convertirte en un(a) dependiente emocional.

Hasta el próximo leencuentro.

 

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