Hace algún tiempo me decían que el psicoterapeuta era aquella persona que continuaba la labor de los filósofos, de otros psicólogos, incluso de Buda y de Hipócrates por ser ellos los primeros sanadores del dolor, de la desesperación y del sufrimiento humano.
El trabajo de un psicoterapeuta conlleva varias responsabilidades y funciones matizadas por el tipo de enfoque que se maneje, aunque todos estos buscan de diferentes formas la misma meta, ayudar a sus pacientes a manejar sus problemas de salud mental.
Pero, el ser psicoterapeuta es más que un trabajo y es más que un sueño, es en todo sentido una vocación que implica mucho trabajo en diferentes direcciones, el presente ensayo está centrado desde la perspectiva humanista y transpersonal y desde ese lugar es que se considera la labor del psicoterapeuta.
De la teoría al ser, la construcción del psicoterapeuta
Cuando un paciente ha llegado a la consulta ha por lo menos desde mi experiencia, derribado varios obstáculos, desde la inquietud y vergüenza que genera el hablarle a un extraño de lo que siento y pienso, creencias en relación a sentirse juzgado o regañado por lo que ha pasado, experiencias previas con otras sesiones terapéuticas y una que otra señalización (afortunadamente cada vez menor) de que el psicólogo es para locos. Por ello, el conocimiento, las técnicas, el método y la construcción de una buena alianza terapéutica ha sido de gran interés para muchos psicólogos ocupando muchas obras al respecto que forman parte de la edificación del psicoterapeuta.
Se ha detallado las actitudes básicas que un terapeuta debe poseer dentro de la consulta como la escucha activa, la empatía, la aceptación incondicional y la autenticidad (Goldstein y Myers, 1986) y sobre aquellas características del terapeuta que favorecen la relación terapéutica, en las que destaca la cordialidad, la competencia, la confianza, la autodevelación y el grado de directividad (Cormier y Cormier, 1994) con lo cual se puede formar una buena alianza terapéutica entendida esta como el vínculo interpersonal conformado entre el paciente y el terapeuta la cual está basada en la confianza, la comprensión y el respeto. Rogers (1972/1990) puntualizaba que la relación terapéutica es crucial para que el paciente mejore.
Un preocupado Yalom (2002) en relación a lo que es una buena terapia, extendía una carta abierta a los terapeutas en formación para que tuvieran en cuenta dos elementos que al autor le parecen fundamentales en el trabajo terapéutico -aunque él lo aborda desde la terapia existencial me parece que todas las psicoterapias deben tenerlo en consideración-, la distinción dentro del discurso de lo que es el contenido y lo que es el proceso. Refiere que el contenido indica “las palabras que se dicen, los temas sustanciales que se tocan” (2002, p. 14) mientras que el proceso se refiere a “la dimensión de la relación interpersonal entre el paciente y el terapeuta […] que terminara guiando la terapia” (2002, p. 14) esta distinción abona en dos lógicas diferentes, una de ellas en ver al paciente-terapeuta como compañeros del mismo viaje, uno de ellos con la capacidad de generar una “empatía exacta” como lo dijera Rogers, que ayuda a construir una sesión diferente para cada paciente, pero recordando que “los pacientes no lloran o exhiben sus sentimientos en el vacío […] y es la exploración del aquí y ahora lo que permite a cada uno captar el significado total de la expresión de los sentimientos” (2002, p.88).
Como se podrá observar, la terapia existencial como la humanista trabajan en el aquí y el ahora y persiguen cuidar la relación terapéutica basándose en la honestidad, en el no juicio y confianza mutua; algunas de las tareas más comunes que realiza un psicoterapeuta humanista están concentradas en: fomentar la autoconciencia y la actitud presente del cliente; en afianzar el autoconocimiento del cliente para que sea capaz de saber cuáles son sus necesidades físicas y emocionales y satisfacerlas; ayudar a explorar los sentimientos, profundizar en los pensamientos y analizar las pautas de relación; apoyar, acompañar y sostener al cliente para que pueda transitar por “lugares” de sí mismo y dejarle al cliente la libertad para decidir y poner en marcha las propias soluciones encontradas.
Las bases epistemológicas del humanismo puntualizan este tipo de psicoterapia como un proceso intersubjetivo e interpersonal en el que la actitud empática, la aceptación incondicional y la relación terapeuta-paciente es lo que da estructura a las sesiones, anima al cliente a que se vea a si mismo tal y como es. Llegado a ese punto, cada cliente puede tomar su potencial innato que le permite crecer, evolucionar y autoactualizarse, todo ello es lo que genera el progreso psicoterapéutico.
Por tanto, el cliente desde el enfoque humanista tiene un papel activo. Como lo señala López (2009) la labor del psicoterapeuta humanista es ayudar a la persona a auto-explorarse, no tomar las decisiones por el cliente ni solucionarle directamente los problemas. Ayuda a la persona a que se responsabilice de la toma de sus decisiones y a que sea ella la que dirija su propia existencia y que libere de toda clase de ataduras.
Dos de los autores más destacados en la psicoterapia humanista aportaron diferentes perspectivas sobre la labor en específico de un psicoterapeuta humanista. Carl Rogers (1990, 1992) replanteo el papel del terapeuta conductual y analista ortodoxo al propiciar una relación más directa con el cliente. Desde su enfoque centrado en la persona, logro establecer una relación mucho menos directiva y más cercana que propicia al cliente el encuentro consigo mismo. Así mismo, contempla al ser humano como un ser capaz de hallar en su interior los recursos necesarios para poder equilibrar su vida. Abraham Maslow, por su parte, resaltó la importancia de la experiencia vital propia de cada persona por encima de un método único aplicable a todos por igual. Introdujo el término autorrealización para designar a ese impulso vital propio del ser humano a conocer y satisfacer sus necesidades vitales, las cuales están abordadas en Motivation and Personality (1954) y El Hombre autorrealizado (1972) que también abre el camino para el desarrollo de la siguiente fuerza terapéutica.
Cerda (2012) establece que la Psicología Humanista también presenta muchas similitudes con la Psicología Transpersonal pues ambos observan al ser humano desde diferentes aristas. El autor establece que el ser Humano está impulsado por su tendencia a la autorrealización -donde no solo tiende a la autoconservación también a la realización y exponenciación de sus potencialidades-, que el ser Humano es dinámico -entendiéndolo como que el ser humano no solo busca la satisfacción de necesidades también genera nuevos desafíos-, que el ser humano es creativo -siempre se está creando, siempre se está innovando y lo único necesario para realizarlo es hacerse cargo de su propia subjetividad-, que el ser Humano es capaz de construir su propio proyecto de vida y se orienta a un sistema de valores – lo que implica que las personas adoptarían ciertas formas de comportamiento, además diseñan planes (gracias a estos valores) que le otorgan metas y una conciencia de misión-.

Si nos centramos ahora en el trabajo de un psicoterapeuta transpersonal, Alejandro Celis señala que: “el terapeuta puede ser una gran ayuda como catalizador cuando la persona con quien trabaja tiene un sincero deseo por avanzar o descubrir respuestas a las inquietudes que dice tener […]” indicando un punto altamente relevante “[…]no hay sustituto para la profundidad personal desde donde trabaje el terapeuta. Su experiencia, honestidad y transparencia son, a mi entender, lo más fundamental que aporta a la psicoterapia, no las técnicas que utilice (2012, p. 201).
Por supuesto, que el punto al que hace mención Celis sólo es posible cuando el paciente posee fuerza yoica, entendida esta como la capacidad de un individuo posee y que le ayuda para afirmarse en la realidad, superar las frustraciones y presiones que resultan de su interacción con el entorno en el que se desenvuelve. Dicha fuerza le permite al individuo adaptarse y enfrentar diversas situaciones, e incluso desarrollar defensas eficientes cuando estas situaciones se vuelven difíciles; la fuerza yoica es una parte esencial de la estructura yoica -eje de exploración y análisis para determinar los recursos disponibles del Yo cuando debe enfrentar situaciones conflictivas, crisis y cambios propios del desarrollo-, si el paciente carece de fuerza yoica, se tendrán dificultades para manejar sus impulsos, reconocer sus emociones, aceptar el cambio, tomar decisiones y problemas también en el proceso de introspección.
Los terapeutas transpersonales pueden hacer uso de distintas estrategias dentro del acompañamiento para que la persona vaya gradualmente contactando con su propio Ser y afianzando sus propios recursos, para ello puede hacer uso de diversas herramientas, algunas procedentes de la bioenergética, la psicoterapia existencial, Gestalt, psicodrama, análisis transaccional, análisis junguiano, y la psicosíntesis.
Es así que los terapeutas transpersonales pueden utilizar métodos y técnicas para trabajar en el conocimiento del cuerpo y el movimiento que promueva la conciencia corporal, la visualización guiada -en la que el terapeuta guía al paciente a través de un relato y una serie de imágenes mentales-, la meditación -que beneficie a los pacientes a centrarse en el momento presente y a reducir los pensamientos negativos-, la redacción de cuentos para que se pueda dar cuenta entre los personajes de los recursos que tiene y la creación de sus propias obras plásticas. Cuando el paciente ya tenga suficiente fuerza yoica ya se podrán abordar las necesidades espirituales, inherentes a todo ser humano.
En este sentido, Irvin Yalom previene sobre el sectarismo terapéutico y aconseja, como lo hace el enfoque transpersonal que no favorece la rigidez epistémica, que se busque un “pluralismo terapéutico en el que se puedan extraer intervenciones eficaces” (2002, p.11), será trabajo y responsabilidad del terapeuta encontrar su propia voz y su propio marco teórico donde construir esta transdisciplina como también lo es el trabajar en su propio ser.
Igualmente, mucho se ha escrito sobre otro punto que el terapeuta debe de tener en cuenta, es que este no es una persona imparcial. El terapeuta debe ser capaz de considerar su propia subjetividad dentro del proceso terapéutico, promover diálogos con sus pacientes en donde se incluya la experiencia de ellos respecto de la subjetividad del terapeuta. Este diálogo entre dos personas, la llamada intersubjetividad, provoca en el contexto terapéutico la actualización de subjetividades y nuevos razonamientos pues la intersubjetividad siempre será el encuentro de dos subjetividades matizadas por la percepción, que implica una dialéctica entre (re)conocer al otro y ser (re) conocido por otro (Escamilla, 2014).
El terapeuta sabe que no se puede no reflejar la subjetividad que es incluso necesario hacerlo al servicio de la comprensión de la subjetividad del paciente. Pero para ello, resulta imprescindible que el terapeuta este consciente de que siempre hay material personal que emerge del inconsciente y que aun no está resuelto. Sobre este punto profundizaré en el siguiente apartado.
La introspección del propio psicoterapeuta
La introspección del terapeuta es una herramienta valiosa para mejorar la eficacia de la terapia ya que le ayuda a construir relaciones terapéuticas sólidas y promover el crecimiento y desarrollo personal del terapeuta.

Aponte et al. (2009) esbozan que el terapeuta no nace se hace ya que existe la necesidad de que este desarrolle una habilidad especial para utilizar su propia historia y sus experiencias vividas a favor de identificarse, pero a la vez diferenciarse de sus pacientes. Entonces, esto solo se puede hacer desde el conocimiento que el terapeuta posea de sí mismo.
La introspección en la persona del psicoterapeuta, involucra un esfuerzo consciente para analizar los propios prejuicios, creencias y reacciones emocionales, con el objetivo de desarrollar una autoconciencia más profunda. Al generar esta autorreflexión, los psicoterapeutas obtienen información valiosa sobre sus fortalezas y áreas de mejora, fomentando así el crecimiento personal y profesional ya que en la congruencia de dichos hallazgos se puede ver en la necesidad de seguir trabando sus propios prejuicios o acciones defensivas en su propio proceso personal propiciando para sus propios pacientes un entorno más seguro y una mejor alianza terapéutica.
El trabajo interno puede generar conciencia en el terapeuta sobre la desmoralización y la sobre responsabilización que se puede llegar a generar con uno o varios pacientes, aunque esto no significa en ningún modo que el terapeuta este inmunizado (o deba estarlo) del sentir el impacto de emociones como la tristeza, la culpa y/o el enojo experimentados por el paciente.
Yalom refiere: “[…] Los terapeutas deben estudiar cuidadosamente los cambios en la autoconfianza y todo cambio de los estados internos, de modo que no interfieran con el trabajo. Las experiencias de vida disruptivas que sufran los terapeutas -tensiones en las relaciones, nacimientos, dificultades en la crianza de los hijos, fallecimientos, desacuerdos maritales, divorcios, calamidades de la vida y enfermedades-, todas pueden incrementar de forma dramática el esfuerzo y la dificultad del trabajo terapéutico”. (2002, p. 268). Con ello, se puede inferir que estar conscientes de dichos cambios y de lo que pasa en la vida del terapeuta, promueve la práctica ética.
Con esto me refiero a que también habrá casos y momentos que el terapeuta se de cuenta de la inquietud o molestia sobre algunos casos o detalles fuera de lo común para las reacciones “normales” del terapeuta y con ello se considere la necesidad de supervisar el caso o bien, aprender a remitirlos con algún otro profesional.
Por último, me permitiré modificar un poco una cita de Yalom que trato de mantener en la mente, ya que la labor del psicoterapeuta “nos brinda la oportunidad de trascendernos, de evolucionar y crecer y sr bendecidos con una claridad de visión para el conocimiento verdadero y trágico de la condición humana […] Nos desafía intelectualmente. Nos volvemos exploradores […] de la mente humana” (2002, p.274) inmersos en la búsqueda de la grandiosa y compleja conciencia.
Hasta el próximo leencuentro.
Te recomendamos: https://mentalizarte.mx/2019/11/08/cuando-llamar-a-un-psicoterapeuta/ y https://www.bicaalu.com/sindromes-y-trastornos-con-nombres-de-personajes-literarios/


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